Comentario
La crónica
Dejó Sarmiento abundante documentación de su paso por la vida. Además de su copiosísimo epistolario con el rey y sus secretarios, existen varias crónicas principales --firmadas por él mismo-- de sus observaciones y viajes: la primera, probablemente de 1569, narra brevemente la expedición que hizo con Mendaña al Pacífico, con poco resultado práctico, y cuya consecuencia fue el descubrimiento de las islas Salomón. La segunda estuvo monumentalmente concebida, y pretendió ser un estudio histórico científico sobre el reino del Perú. Habríase de componer de tres partes: una descripción del medio físico; otra --la conocida, aclara Landín, y probablemente la única concluida-- referente al Perú prehispánico, desde los primeros Capac hasta Atahualpa y Huáscar; y una tercera, trataría de los hechos de la Conquista y subsiguientes a ella. Por exigencias políticas, Sarmiento acometió primeramente la segunda parte de esta obra ambiciosa --la que conocemos como Historia Indica--, que concluyó en 1572. Posteriores acontecimientos --la rebelión alto-peruana de los chiriguanos, y su tercera comparecencia ante el Tribunal del Santo oficio-- frustraron la conclusión del resto de la obra.
La tercera crónica de Sarmiento es la que relata su viaje de descubrimiento al Estrecho de Magallanes. Las demás --hasta un total de cuatro, datadas en 1582, 1583, 1584 y 1590-- narran los sucesos relativos a la expedición de fortificación y poblamiento del Estrecho. Componen la descripción de su fracaso, mientras que la anterior es la expresión de una victoria, y se corresponde con la plenitud vital de su autor.
Esta es la que aquí se ofrece a la reflexión del lector. Es una crónica densa, compacta, minuciosa y completa, consecuencia de un mando ejercido sin limitación. Es, por consiguiente, de todos los que firmó, el texto que mejor define la personalidad del descubridor: acabado modelo --dice Landín-- de expresionismo marinero, abarrotado de clásicas formas en las que se vierte el temple varonil de su autor y una fuente inagotable para cuantos busquen la entraña misma del sentir y decir de nuestros viejos mareantes.
En efecto, la Relación es, ante todo y sobre todo, el escrito de un marino, que se ciñe a la finalidad descubridora de la empresa que acomete: constituye por lo tanto un registro exhaustivo de los accidentes y meteorología del Estrecho. Vientos, profundidades, fondos, corrientes, marcas, surgideros, rompientes y, contornos costeros, aparecen en esta crónica señalados con absoluta precisión. Y también la flora, la fauna y los hombres que habitaban aquel rincón del planeta. Con razón Pedro Peralta, en su poema épico Lima fundada, llama a Sarmiento
... nuevo Teseo del austral undoso
laberinto del liquido elemento...
Pero tanta pormenorización no impide que el escritor luzca su estilo, y así el empleo del sinónimo --con preocupada medida--, de la metáfora y, en ocasiones, de la oportuna ironía, amenizan el diario del navegante, haciendo su lectura francamente asequible para el lego en las cosas de la mar.
Pórtico de la crónica son las instrucciones del Virrey, tan abundantes en detalles técnicos que hay que pensar que Sarmiento las inspiró y don Francisco de Toledo --quien siempre demostró absoluta confianza en el marino-- las firmó. Nada queda en ellas al azar, y de su exacto cumplimiento da fe el subsiguiente relato de la aventura, a lo largo de la cual Sarmiento no sólo obedeció a la autoridad virreinal: también se obedeció a sí mismo.
Para garantizar de aquélla un testimonio escrito, ordenó el virrey que se hicieran cuatro copias del diario: una, que retornaría al Perú, vía marítima, desde la entrada oriental del Estrecho; otra que ha de quedar a la Justicia de Río de la Plata para enviar a Su Magestad; una tercera, que llevaría a Lima el soldado que acordéredes, por tierra, vía Tucumán; y la cuarta, debía ser entregada personalmente a Su Magestad, con la dicha Relación y el despacho que lleváis mío, para presentar las dichas Informaciones, Relaciones y Descripciones autorizadas en la forma que dicha es, y a informar de palabra con testigos del hecho, para que Su Magestad mande y provea en todo lo que más fuere servido para la prevención y seguro de aquella Entrada...
La defección de Villalobos alteró estos cuidadosos planes documentales que Sarmiento, dotado de auténtica inquietud científica, cumplió empero a rajatabla, si bien no pudo detenerse en Río de la Plata porque las corrientes sacaron su nave a mar abierto. Se trajo, pues, tres copias de su crónica a España, remitiendo la cuarta con un patache alquilado a sus expensas, desde Cabo Verde a Lima, vía Panamá.
Esta crónica del viaje glorioso de Sarmiento se compone de varias secuencias: abarca la primera desde la salida de El Callao el 11 de octubre de 1579, hasta la llegada al golfo Trinidad, a 50ºS, donde la costa chilena, desbaratada en un laberinto de tierras y aguas, anuncia la proximidad del Estrecho; la segunda se subdivide a su vez en tres períodos, que se corresponden con las exploraciones que realizó el navegante en busca de las posibles bocas --principales o secundarias-- que pudieran conducir al canal interoceánico. Estos recorridos, son un ejemplo de pericia marinera, de probado valor y de lealtad al mandamiento recibido (... procurad con vigilancia saber todas las Bocas que tiene el dicho Estrecho a la entrada por esta mar, le había ordenado el virrey). Al cabo de ellos llegó Sarmiento a la conclusión de que, para navíos de porte, sólo había una entrada practicable, y por eso se lanzó a su búsqueda saliendo al mar abierto (fue entonces cuando Villalobos dio popa al riesgo y a la gloria) y embocándola con admirable precisión. La tercera secuencia abarca el resto del viaje: la travesía del Estrecho --durante la cual investigó, siempre fiel a las instrucciones de don Francisco de Toledo, las posibles salidas del paso--, la desembocadura en el Atlántico y la ruta hacia España, cruzando en diagonal el océano. En esta última fase resolvió el problema del cálculo de la longitud, sirviéndose de la distancia angular de sol a luna, método que fue el primer marino en emplear. Localizó en la bóveda austral dos estrellas polares de muy Pequeña circunferencia (a diferencia del boreal, el polo sur celeste es oscuro. Los luceros de Sarmiento, de muy secundaria magnitud, fueron observados por éste mediante procedimientos artesanales, ya que no se había inventado el telescopio. De ambas estrellas, efectivamente muy próximas al polo austral, ha obtenido magníficas impresiones fotográficas el ingeniero don Francisco de Castro, durante la expedición Patagonia-87, realizada en memoria del insigne navegante), anotó y explicó determinados meteoros luminosos, y proporcionó normas para corregir los aparatos de medida, afectados de error en el lejano sur terrestre.
La última parte de la crónica es un típico relato de aventuras: con su tripulación enferma de escorbuto, Sarmiento ha de enfrentarse a dos naves corsarias francesas, a las que logra burlar, ganándolas el barlovento; seguidamente, con su nave hecha un prado de hierba y caramujo, de la larga navegación, arriba a las islas de Cabo Verde, donde él y sus hombres han de pagar crecidos precios para cubrir sus también crecidas necesidades: ... tuvimos que pagar aquí el agua como si fuera vino, escribirá el navegante; no fue obstáculo este abuso para la petición que hicieron a los españoles las autoridades portuguesas: que se enfrentasen a unos piratas, merodeadores de las aguas del archipiélago desde hacia largo tiempo. Sarmiento asumió el reto y púsolos en fuga, porque la pólvora del Perú excede a todas las pólvoras que agora se saben. Finalmente, en las Azores supieron de la crisis dinástica hispano portuguesa: la población isleña, inclinada en favor del aspirante lusitano, se comportó hostilmente con los españoles, por lo cual --dice Sarmiento-- vivíamos como quien por momentos esperaba ejecución de la behetría del vulgo; pero con las armas en la mano y las mechas encendidas todas las horas.
Por aquel tiempo, en la península, el duque de Alba en rápida acción militar incorporaba Portugal a los dominios de Felipe II. Pero cuando Sarmiento llegó a las Azores, aún no conocían sus habitantes tal noticia. Afortunadamente llegó una armada española procedente de las indias, compuesta por veintidós barcos. Esta providencial presencia acabó con la última tribulación de los descubridores. El 3 de agosto de aquel año de 1580, las veintitrés naves --veintidós más una-- ponían sus proas hacia España, entrando en Cádiz el quince de dicho mes, después de trescientos diez días de navegación. El diecisiete, con sus hombres como testigos, firmaba Sarmiento su relación, y se disponía a visitar a Felipe II --rey de España y Portugal-- en Badajoz, para dar cuenta al soberano de que sus posesiones se extendían hasta el extremo sur del planeta.
Algo más hay que comentar de este relato fundamentalmente náutico: Como el fin de este viaje --comenta Sarmiento--, entre las cosas urgentes, se manda por la instrucción del Virrey que se sepa aún después de salidos del estrecho a esta mar se procure saber de los ingleses, el descubridor, en Azores, se informó cuanto pudo de las andanzas de éstos en el Atlántico, desde Magallanes hasta Brasil, haciendo gala de agudeza mental en su investigación y valorando acertadamente los informes adquiridos.
Con esta última actividad, Sarmiento cumplía exactamente todas las instrucciones del virrey. Su Relación y Derrotero del Viage y Descubrimiento del Estrecho de la Madre de Dios, antes llamado de Magallanes, es la expresión de su colmado celo, y con independencia del valor literario y científico que posee, constituye verdadera acta notarial de desinteresado servicio a la corona, el cual, justo es decirlo --y lo afirma sin ambages Fernández Duro-- siempre se vio tibiamente recompensado.